Sobrarbe es mi vida, gente sencilla y parajes únicos. El lugar donde mis cenizas, dentro de muchos años espero, abonaran nuevos bosques y praderas.

30 oct 2008

El canal del Cinca, por obra y gracia de nuestros antepasados.

Al lado de casa contamos con uno de los senderos más bonitos que un ciclista puede recorrer en bici en territorio español. Son 14 kilómetros de sendero estrecho, llano y aéreo colgado en una abrupta ladera a 1150mts de altitud en el tramo superior del Valle del Cinca.
Se le llama el camino del “canal del Cinca” y por más que uno lo repita, nunca es igual.
Este año lo he realizado 3 veces: en medio de una primavera de lluvias torrenciales, a final de verano y en pleno apogeo del otoño.


El comienzo, encima del pueblo de Bielsa, es muy umbrío y flanquean el camino las buixeras más altas que he visto en mi vida, arbustos disfrazados de árboles, que no quieren dejarse impresionar por la multitud de pinos, hayas y abetos que se arremolinan allí al lado.
Más tarde, tras cruzar varios desmontes y barranqueras (uno de ellos con el paso asegurado por una cadena) llegamos a las zonas más espectaculares, con el sendero excavado en la roca y formando túneles, siempre con un precipicio de más de 200mts a nuestra izquierda.


El cambio de vertiente resulta surrealista, propio de un viaje de ácidos; me explico.
Hasta ahora el valle desciende hacia el sur en línea más o menos recta, con el sendero en la cara este del mismo, y muy tapada por su gemela pared oeste. Al unirse al Cinca las aguas del Cinqueta, el valle gira casi 90º hacia el oeste, con lo que rápidamente el camino pasa a ser vertiente sur (y muy despejada porque a los pocos kms el valle vuelve a bajar hacia el sur realizando una curva-contracurva propia de una chicane de F1.
Así que en escasos cien metros pasamos de estar rodeados de hayas y abetos a tener como compañeros caixigos y aliagas salteados entre las piedras, mucho más abundantes.
Este contraste, bonito y sorprendente, no tiene nada de por sí extraordinario si no es porque el tránsito de efectúa sobre una carretera de cemento de 3 metros de anchura que aparece de la nada, dándonos la impresión por unos minutos de estar en un parque de ciudad y no en las estribaciones de un valle pirenaico. En las fotos se ve la diferencia abismal que hay en tan corto espacio.

Aquí, aprovechando el cemento, hago un alto en el camino porque toca hablar del pasado. Este camino que estamos disfrutando fue una obra de principios del S. XX que, como muchas otra de este valle se llevaron a cabo para el aprovechamiento hidroeléctrico de las aguas de la cuenca del Cinca. En este caso, los 14km de canal se hicieron para llevar el agua del Cinca desde el embalse de Pineta hasta el pueblo de Tella sin perder cota, manteniendo los 1150mts aprox. y de allí lanzarla por tuberías de presión hasta la central de Lafortunada, 600mts más abajo.
14kms de canal construido en cemento, masado a mano, horadado en la roca con picos, sin apenas explosivos y con algún que otro martillo neumático. Dantesco, de locos, inconcebible, imposible de realizar ahora mismo…. Hasta que no se conoce el camino (nosotros ciclamos por el camino de servicio, el canal propiamente dicho hace infinidad de túneles) y las condiciones de realización no se valora la suerte que tenemos de poder disfrutarlo ahora…
Si queréis saber más echad un ojo a http://www.turismosobrarbe.com/modules.php?name=News&file=article&sid=12 y también pasad por el museo de la electricidad en Lafortunada que tiene unas fotos de las construcciones impagables, unas explicaciones y maquetas interesantísimas y hasta se ve en una foto a nuestra precursora, la bicicleta con la que los supervisores recorrían el camino para hacer su trabajo. Vamos, como ahora….
(y debajo del museo está el bar donde echar la cerveza de rigor tras la ruta!!)

El trabajo ha ido íntimamente ligado a este camino, y lo sigue yendo también, pues en nuestra última visita nos cruzamos con unos vaqueros que bajaban las vacas del puerto tras pasar allí el verano. Casualmente llegamos justo cuando se les había caído una vaca en un agujero del camino y entre ellos dos y nosotros tres pudimos auparla un poco y sacarla de allí.

El resto del camino se torna abrupto de nuevo, más escarpado y pedregoso, con nuevos túneles y muy aéreo, igualmente precioso.

No dejes de disfrutarlo si vienes aquí!!!

27 oct 2008

Travesía BTT al pico de Liena: El reto pendiente, cuenta saldada.


Llevábamos todo el año arrastrando una cuenta pendiente: Subir a Liena (2605mts) para bajar su abrupta cara noreste hasta el Circo de Barrosa, siguendo cable de vagonetas por el que bajaban el mineral de las minas que se hayaban en la misma cima del monte.


Dicho cable tenía un camino de servicio que iba siguiendo las pilonas que lo mantenían suspendido, y que durante muchos años estuvo perdido, sucio. No llevaba más que unos meses limpio cuando, este invierno, el ansia exploratorio nos llevó a subirlo con las raquetas, en una embarcada que ya relaté en su día http://reynodesobrarbe.blogspot.com/2008/01/en-dos-colores.html


Desde ese preciso momento, y aún desconociendo gran parte del sendero (oculto bajo gran cantidad de nieve) sabíamos que debía bajarse, aunque fuese por orgullo, y para ciclar el último tercio, unas zetas cardíacas por medio del bosque que parecían sacadas del sueño húmedo de un biker trialero.

Hace escasas fechas Oriol y Tonino fueron a andarlo, y le dieron el visto bueno, pese a que la bajada se las traía (200mts de desnivel inciclables, diagonales que atravesaban corredores cortados a cuchillo, tramos técnicos sin márgen al error...)

Este domingo, veintiseis de Octubre del año de nuestro señor dos mil ocho, saldamos la cuenta pendiente con Liena.


Ángel, Oriol, Juan, Tonino y yo pedaleamos hasta su cima más de 1.400mts de desnivel para desvirgar su bajada, dura, trialera, peligrosa, sufrida, gozosa, imborrable...

(las fotos, comparación de la invernal de este enero pasado y de ayer domingo, son tanto mías como cortesía de Angel Cheliz y Oriol Morgades (creadores de http://www.gpspirineo.com/ )

11 oct 2008

Baztanada

Sustantivo neutro.
Dícese del mejunje que crea una amalgama de sustancia, personas y actividades totalmente nocivas y apartadas del civismo.

P.ej.: Reunir en casadios una mesnada d´estalentaos, cebarlos de cuajada sucarrada namás llegar, sobatiarlos bien encima la becicleta, meterlos en un pienso tol día, bien de pizcas, bien de cucos, entrucharles el milico de ordio y lulos, facerlos brincar tras´as mozas, y jodeles a orquesta en o mejor rato.

Total, que quien esperase una reunión sana y deportista viendo los kilos de chatarra en forma de bicis que había a la puerta del caserón, si asomase la cabeza pa dentro lo menos que se llevaría sería un sartenazo, o mejor dicho, un txuletonazo.

Vaya una reunión, ES-PEC-TA-CU-LAR, una ruta de las buenas, pero de las buenas, y una lifara de las mejores!!! Lástima que ya sea tan falso para las farras y enseguida el sueño me venza, y no haber disfrutado de la quemada de cables del loro como habría sido menester.
Tan sólo dar las gracias a los orgasmizadores, comando naburro (y señoras, porque no me creo que lo organizaran ellos ni ciego de uvas), y al resto de ilustres invitados, un placer!!!!!! La siguiente, por Tutatis!!!!


Ahora una pequeña crónica según una tercera persona que venía a una ruta “seria”:

Estimados Sres:
Todavía no salgo de mi anonadamiento tras pasar este último fin de semana en Arraioz, un diminuto a la par que coqueto pueblecito del verdoso y navarro valle de Baztán.
Fui, como muchos otros ciclistas, a un llamamiento efectuado por un grupo de participantes en un foro de Internet sobre BTT, autodenominados “la vieja tronca”. Sin querer intentar deducir por tal nomenclatura de qué tipo de grupo se trataba, para no llevarme a engaño o precipitadas interpretaciones, vacié mi mente de prejuicios y me dispuse a disfrutar de dos jornadas de paz, deporte, aislamiento y quizás (sólo quizás) un poco de buena gastronomía.

A mi llegada acaeció la primera confusión. Creí hallarme extraviado entre un grupo de amigotes de esos que hacen ocio del trasnochar, emborracharse y malear con mujeres, pues a recibirme salieron media docena de hombres cubata en mano, voceando a considerable volumen y realizando ostentosos aspavientos. Extrañamente, a su lado había una enorme cantidad de bicicletas de montaña, dato que me llevó a colegir que estos eran mis compañeros de fin de semana.
Pero no hagamos del grano montaña, debió tratarse de la alegría por el reencuentro.

Cohibidamente entré en una cocina inmensa, con unas mesas de comedor largas como robles, atiborradas no de comida, sino de los restos de esta. Y en cantidades y desórdenes tales que avergonzaban a la propia Gula. Muchas botellas de pacharán, vino, espirituosos, e incluso (créanme, por favor!! Ustedes conocen mi sinceridad) un grifo para servir cerveza de barril, que de la gente a su alrededor parecía que estaban repartiendo billetes de 500€.
Comí con frugalidad, y para postre me sirvieron una cuajada “casera” que se le debió pegar a la cocinera dado que sabía mucho a quemado, y para no hacer el feo y dejarla, hube de mezclarla con gran cantidad de miel.
Tras intercambiar pareceres con los anfitriones, hube de constatar con sorpresa que mi habitación se hallaba ocupada, y esa primera noche debí dormirla en un viejo colchón al lado del hogar del salón, con el consiguiente miedo a que una chispa me prendiera mientras descansaba.

Al despuntar la mañana constaté que no estaba carbonizado, y pasé a prepararme, desayunar y poner en orden la bici, pues la salida de la ruta había sido prevista para las 09:00 horas.
Cuál fue mi sorpresa cuando tras múltiples esperas, gritos, discusiones y averías era las 11:00 cuando nos poníamos en marcha.

La jornada en bici fue bonita, es innegable. Lomas verdes hasta donde alcanzaba la vista, sólo interrumpidas por velos de nubes a variable altura, y por la costa atlántica rompiendo al norte, muy al norte. Helechos, Hayas, Robles, pastos, fue el menú vegetal que degustamos.
Nuevamente hube de sorprenderme, no sin razón, por las múltiples paradas que hicimos, por los exabruptos de los compañeros, ruidos, ventosidades y demás actos incívicos. Igualmente me llevó al asombro el ver correr vino de botas y botellas durante la parada en lo alto del monte para alimentarnos.

Una vez aparcada la bicicleta, rápido aseo y acicalo, para acto seguido ir a cenar. Más bien preparar la cena, que pese a los modales dudosos de mis compañeros de fin de semana, es de honrados reconocer que trataban de arrimar el hombro para las tareas cotidianas (igualmente honrado es añadir que nunca se separaban demasiado del grifo de cerveza).
Finalmente nos sentamos a la mesa, a una hora muy razonable. Suponía que la razón estribaba en poder dormir lo suficiente para la jornada próxima.
Pero, como ustedes imaginarán tras lo que va de mi relato, no era esta la razón de dicha prontitud. Ocurrió que la comida empezó a llegar a los platos sin solución de continuidad. Mientras masticaba bien mi ración, todos a mi alrededor tragaban como si hacerlo fuese un mandato divino. Ensalada, ensaladilla, atún en salsa, chipirones, pimientos, morcilla… y cuando estaba ya deseando acabar, un ser vestido de película de los hermanos Coen comenzó a llegar con chuletones que por el tamaño pertenecían a un buey de sementada. Uno, otro, el siguiente, ahora solomillo, otro más…fueron llegando y llenando la mesa de huesos, sangre y grasa, creí hallarme en un poblado Neardenthal.
Por mucho cuidado que tuve, finalmente gracias a mis convecinos acabé manchado de grasa, grandes lamparones semitransparentes en mi hermosa camisa, producto de su forma de comer animal.

Acercaron a la mesa un vino que resultó estar picado, viejo y muy fuerte. Supongo que estaba pasado, fue una gracia y me lo dieron a mi para hacer una broma, aunque les debió salir mal la jugada, porque nadie se reía mientras me lo bebí o a continuación.
Cuando recordé consultar mi reloj, al tiempo que el postre llegaba en raciones de medio kilo, caí en la cuenta que la hora prudente de empezar a cenar tenía como objeto que no se hiciese la madrugada en los cafés, pues la cantidad de comida había sido sonrojante hasta para un león.

Créanse ustedes que tras toda esta bacanal, todavía sacaron los anfitriones todo tipo de licores, dulces y vicios para seguir gritando y escandalizando. Encendieron la música a niveles inimaginables y se pelearon como niños por elegir el estilo musical, completamente borrachos, ante mi sorpresa y vergüenza ajena.
Como imaginarán ustedes no pude soportar mucho rato estas visiones tan rebajantes para la persona humana, y me retiré a dormir, esperando que todo fuese un mal sueño.

El domingo comenzó neblinoso, húmedo y con los primeros ciclistas despidiéndose. Está claro que del caos que había sido el sábado, no querían repetir el domingo y se marchaban horrorizados, con apretones de mano simbólicos y sonrisas marketingnianas. Me congratulé de saber que no era el único que discrepaba con la “organizanda”, nombre que había recibido la organización del evento.
Tan sólo lamenté no haberme percatado con antelación del resto de mis espíritus afines, junto a los cuales el sufrimiento se hubiera llevado con menos resignación.
Por otro lado, pese a envidiarles por su recién ganada libertad, no dejé de enorgullecerme por la gallardía y tesón con la que iba a llevar a cabo aquello a lo que me había comprometido: terminar el fin de semana al completo.

Pronto llegó la nueva sorpresa, en forma de cambio de ruta, motivado por no sé qué razones de distancia o tardanza. Logísticamente mis anfitriones/torturadores andaban a años luz de su capacidad de ingerir líquidos alcohólicos. No sólo modificaron la ruta, sino que me obligaron a efectuar las veces de taxista para transportar 5 mastodontes con sus 5 hierros en mi furgón, impregnando con ello mi vehículo de suciedad, mal olor y basura. Me hicieron seguir a otros dos coches de oriundos navarros a temerarias velocidades por unas carreteras infames, en pos de un puerto de montaña o “col” donde comenzaríamos la jornada. Al llegar, según ellos se comprobó que el tiempo no era propicio para la ruta pensada, y tras una breve discusión hubimos de descender el “col” por su otra vertiente, todavía más infame que la de subida (entre ustedes y yo, creo que lo tenían planeado y todo fue una triquiñuela para fastidiarme, o como ellos decían, para “hacerme una putada” expresión que no entiendo puesto que no vi meretriz alguna en todo el viaje).

Finalmente arribamos a un bar de carretera, en el cual nos pusimos en marcha casi todos. Uno de los guías con Dios sabe qué excusa prefirió quedarse en el bar, pondría la mano en el fuego que mojando el gaznate desesperadamente.
No se les ocurrió otra cosa que meternos en medio de una carrera popular, por un camino transitado por muchos viandantes que por las miradas que nos echaban seguro conocían a nuestros anfitriones, teniendo a buen seguro una opinión asemejada a la mía propia al respecto.
Hubo gran cantidad de pinchazos, e incluso a mi me acaecieron varios, todos por culpa de otras personas, bien por parar en lugares impropios, bien por prestarme cámaras ya viejas y usadas. Uno de ellos tuvo la desfachatez de gritarme por hacerles perder tiempo, si bien al ser mala persona al poco sufrió el mismo percance que yo.

El resto de la ruta y la vuelta a las casas transcurrió en la normalidad, hasta que comenzamos a comer. Nos dejaron sin apenas judías pintas (fui muy pillo y le sisé el último plato a mi vecino, que se quedó mirándome disfrutarlas, jijiji) y posteriormente sí que reconozco que nos obsequiaron con una paella muy apetecible, que por lo que supe más tarde no habían preparado ellos.
Con el plato lleno delante, sin tiempo a empezarlo, apareció uno de los organizadores (el más serio y avasallador, uno con la dentadura extrañamente brillante) que nos reclamaba con presteza el pago de una cantidad extra de dinero, pues ya habíamos pagado nuestra parte previamente a la llegada.

Por último me armé de sonrisa Profiden para despedirme de todos deseando volver a verlos (tarde, verlos muy muy tarde), monté en mi vehículo y como alma que lleva el diablo huí de este grupo degenerado y vicioso que no tienen la menor idea de lo que es la diversión, el deporte, los modales y la amistad.

7 oct 2008

Un suspiro

Me olvido
que soy un suspiro pasajero,
mientras pienso cada paso
como si fuera el primero.

Olvidé hace meses decirte
que te quiero.
Recordé hace meses callarme
por respeto...

y especialmente por miedo.

Olvido
que soy un suspiro, en el viento
que abraza tu cuerpo
y desaparece al momento.

Brecha abierta, puerta cerrada,
me olvidé de ser yo,
no supe ser nada.
En medio de la tormenta,
hierba recién cortada.

Y olvido
que soy un suspiro pasajero,
mientras pienso cada paso
como si fuera el primero.

1 oct 2008

Ritual

Subir una montaña a mucha gente puede parecerle una pérdida de tiempo.

Hace unos días, entre tragos, hablaba con un compañero de instituto, de Bielsa, que cría cabras, y por ende se pasa medio año por cumbres, fajas, lomas y crestas en Pineta.
No comparte mis razones pero las entiende, no le cabe en la cabeza que haya tanto accidente, tanta gente inexperta a la que el monte les cae tan grande como a mi Nueva York. El se juega la vida muchas veces buscando cabras por lugares donde un paso en falso es la muerte, y que haya personas que parece que la buscan le asombra.

Después están los que prefieren ver las montañas en vacaciones, a pie de coche, y desde la terraza de un bar, bien agarrados a una cerveza para que no les entre el vértigo.

O ese grupo de gente, muy numeroso, que disfruta entonando el “qué ganas tengo de subir un tresmil (marca registrada del esnobismo), pero…”, pero no mueve un pié por miedo a tener que poner el otro delante.

También podría incluir aquí al que efectivamente realiza una o dos excursiones en las vacaciones, a sabiendas que no disfruta con ello, pero conseguirá un par de fotos que enseñar en el trabajo a la vuelta.

Para mi la montaña es una necesidad, recorrerla andando o en bicicleta. No miento si digo que es parte de mi trabajo pues no puedo rendir en el sin el descanso mental que la desconexión de la naturaleza me genera.
Subir un pico no es comparable a las sensaciones que me regala la bici, el orgásmico éxtasis de un descenso, el generoso sufrimiento de una subida técnica o la serpenteante sensación de llanear por un bosque.
Por el contrario, poner un pié tras otro continuadamente, acto repetido como un mantra durante horas genera en mi cuerpo una sensación de bienestar impagable. Combinadlo con las majestuosas formaciones que toma la naturaleza, paisajes que humedecen los ojos de semejante belleza, y añadidle la droga que es el tacto y el olor de la roca cuando trepas.
Ascender un pico es un ritual, que engloba desde la preparación de la ruta, sobre mapa, foto aérea o libro, hasta la cerveza una vez regresado del abrazo eterno de las montañas. La preparación del macuto, madrugar, vestirse, aproximarse al destino y una vez en marcha embelesarse con cada paso, con cada brizna de hierba, con cada roca.
Ver, y no mirar las paredes de piedra, sentir que es un ser vivo que ha ido cambiando, que de un lecho marino ha mutado en crestas y farallones a medio camino entre el cielo y el infierno.
Con cada visión, ser consciente de cómo ha llegado a estar cada retazo de la imagen en su lugar actual, que es la diferencia entre un pintoresco paisaje y una obra maestra de fuerza y tiempo que merece una vida para ser contemplada.

Estas dos últimas semanas he tenido la suerte de realizar cuatro veces el ritual:
Castillo Mayor(2020m)

Monte Perdido (3355m)

Cotiella (2912m)

Gran Astazu (3071m)